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Cuando una realidad o una doctrina está eriza– da de «por qués» es que el misterio nos la en– vuelve. Y para el misterio sólo hay una luz: la palabra esclarecedora de la Revelación. Todos los días, y varias veces cada jornada, ha venido sonando en nuestro rezo litúrgico el exul– tante estribillo: «Este es el día que ha hecho el Señor, gocémonos y regocijémonos en él». Pero todos los días también nos venían los pe– riódicos con sus esquelas de muertos ( ¡y cuántos muertos habría que se habían ido sin esquela!). Por una esquela me enteré. Tenía que ir a aque– lla casa; acababa de producirse allí algo tremen– do: la muerte casi repentida de una madre... , y me sentía obligado por amistad, por caridad. Un cartelito fijado en la puerta decía: «La fa– milia no recibe». Llamé, no obstante. A mí sí me recibirían, porque yo era algo distinto de una visita que fuera a repetir el consabido «Les acom– paño en el sentimiento». Yo podría darles algo de lo que entonces más necesitaban. Salió en seguida, con su marido, la hija más joven de la difunta: -¡Ay, Padre! Esto es terrible. Había en ella más lágrimas que palabras. Fren– te a un tal dolor, casi no se puede hablar. Más de una vez me ha pasado ... Pero no podía ca– llarme. -Sí, mujer, esto es terrible. Te comprendo. Os comprendo ... -Es como si todo se hubiese derrumbado de golpe ... ¿Por qué? ¿Por qué? Con lo buena que 356

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