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,¡AY, MADRE! P ASAN pronto las horas de una amable jor– nada: el Día de la Madre; pero no debe pa- . sar el tiempo de pensar en ella... Permíteme que te ofrezca, lector, un recuerdo de años pasados. Ante la jornada antes dicha, me vino entonces un modesto donativo con esta nota: «Mis niños preparan silenciosos sus postales para felicitarme dentro de unos días: yo también 0 quiero hacer un pequeño obsequio a la otra Ma– dre, a la Virgen Inmaculada; y al mismo tiempo le pido a usted una oración por el eterno descan– so de la que fue mi madre». Aquellas líneas me parecieron maravillosas en :su sencillez: venían apretados en poquísimas pa– labras los sentimientos que más noblemente pue– den pesar en una existencia: el amor a la Ma– dre que no pasa, el recuerdo de la madre que fue, la solicitud por los hijos que van siendo. Sen– tí mucha necesidad de pedir para aquella hu- .352

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