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vinas: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»? ¿Somos o no somos hermanos? En toda familia bien constituida, uno mismo es sus– tancialmente el nivel de vida para todos, y co– munes también los éxitos y las dificultades. En– tonces. ¿es tolerable que en esta gran familia de Dios haya hermanos que carguen con casi to– das las escaseces, mientras otros pueden dedi– carse a acaparar casi todas las comodidades? Revolución de los hijos de Dios: santa rebeldía contra todo lo que no es como debe ser (pero, ¡cuida::lo!, empiece cada uno por rebelarse con– tra lo mucho inaceptable que hay en él: arreme– ter sólo contra lo malo de los otros es demasiado fácil); y santo empuje para llevar adelante el nuevo orden de la justicia en el amor. «N~stra revolución», llevada en serio, haría innecesarias todas las demás. Pero no basta con alzar la bandera; las banderas son inútiles si fal– tan los combatientes o están flojos de moral. 335

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