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Es nuestra desgracia. Siempre tarde. caemos en la cuenta de que El, Dios, es la Belleza. Y Todo. Algunos, tan demasiado tarde, que ya para siempre habrán de encontrar a la Belleza, abso– lutamente esquiva. Otros, todavía a tiempo de ganársela; pero siempre con la amargura de ha– ber malgastado míseramente tanta porción del escaso tiempo disponible. ¿ Habrá alguno que pueda gloriarse de haber tenido los ojos plenamente-abiertos para la Be– lleza, desde que ésta le salió al encuentro con la luz auroral de su niñez? 30
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