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LO QUE EL VIENTO SE LLEVO. A CABA de irse la racha de fiestas que ale– gran los dí~s más cortos y oscuros del año (su anticipación, •en luces, adornos y mú– sica, se estira en unos días más cada otoño). Ya pasó, sobre todo, la gran noche de la ilusión... , o de las ilusiones: ¡Noche de Reyes! Nuestros niños alborotaron después toda la mañana, o quizá todo el día, con sus sorpresas y sus juguetes. De las sorpresas no queda ya nada; de los juguetes, puede que aún quede algo... , ¿dónde? ¿para qué? Y sin embargo, fueron cosas ¡tan ardientemente soñadas, tan ilusionadamente pedidas! Por mis manos pasó la carta de una pequeña a los Reyes. «Queridas Majestades: Me llamo Blanca Mari, y soy la niña más buena de la casa (los otros, son niños). Os escribo porque os quie– ro mucho, y me gustaría daros cosas; pero dicen mis papás que vosotros sí que tenéis cosas para dar... , y que ahora os toca a vosotros. Os voy a 26

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