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-Es que ... No. queremos engañarla. Mire us– ted: venimos de un largo viaje, y nos ha pasado esto ... De momento no tenemos una peseta; pero bien puede confiar en nosotros. Ningún gasto se le quedará sin pagar. Aquí mismo, los ratos que tenga libres, yo me pondré a hacer por ahí lo que sea: soy buen trabajador, y no dejaré de ganar para lo más urgente; luego ... -Lo siento, amigos; pero ya está una escar– mentada; no me fío ni de mi madre, Que uste– des lo pasen bien. Caía la tarde, ·tristoi1a. Y caía la lluvia, fría. Caía un desamparo sin mitigaciones sobre el po– bre y joven matrimonio. Por una abandonada calle de suburbios se van ellos en busca de cierta casa a medio hacer don– de, según les acaba de decir un gitanillo, podrían encontrar refugio. Al llegar, pronto advirtieron que para ellos no había sitio: eran ya demasia~ dos «inquilinos» ... de la peor catadura. Salieron a la carretera. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? Estaban allí, perdidos sobre el pavimento mal asfaltado. Pasó una camioneta, y les salpicó de agua sucia. La joven esposa irradiaba mansa resignación. Pero el corazón del hombre se agrietaba de amar– gura: aquella pobre mujercita, inmensamente amada, acogida de por vida a su amparo, no po– día recibir de él, en el trance más duro, y ante la hora más entrañable, la elemental ayuda que necesitaba. No sé lo que yo hubiera hecho en su caso. ¿Lo sabes acaso tú? Alguien que pasó, les dijo que cerca, en el re- 17 2
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