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Apenas echaron pie a tierra -en la mañana de un día lluvioso, desapacible- quisieron ento– narse un poco comprando dos bocadillos. Fue entonces cuando hicieron el terrible descubri– miento: ¡no tenían cartera! Durante el viaje, o la habían perdido, o se la habían robado. -jDios mío! ¿Qué hacer ahora?, murmuró él. -«No te angusties -replicó ella- Dios no nos abandonará. Además, yo me encuentro muy bien, te lo aseguro. Con cualquier cosa puedo .arreglarme». ¡Con cualquier cosa! Si hubieran tenido al– guna ... Acordáronse entonces de unos lejanos parien– tes, que siempre habían vivido por aquí. Hacía ya mucho tiempo que no sabían nada de ellos; pero quizá... ¡No todo iba a salirles mal en aquel viaje! Lograron dar con la vieja calle donde, según sus recuerdos, tenían ellos el domicilio. Pregun– ta aquí, pregunta allá: «Oiga, me hace el favor: ¿no vive por aquí. .. ?». -Pues, no caigo en la cuenta. No debe de ser ,en esta calle: conozco a casi todos los vecinos. -¡Ah, sí! Vivieron ahí cerca, en el número 8; pero ya hace mucho que dejaron la casa. No sé dónde paran ahora. Había que desistir. Ni parientes ni conocidos por ningún lado. Tal vez en alguna pensión... No faltaría al– :guna, bastante barata y donde les admitieran de fiado. -Señora: ¿podría darnos alojamiento por unos días? -Desde luego, para eso estoy. Pasen, pasen. 16

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