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municación con Cristo, esperanza y paradigma de cuantos sienten el mejor afán de renovación. Si a El se le ignora, o se le invoca sólo para «pseudoliberaciones» temporales, o no se le acep– ta de verdad, lo único que queda es moverse por la miseria del «hombre viejo» ... ; pero ¡que no se presente la desfachatez de tal miseria como un resultado del «progreso»! Recuerdo la observación de cierto filósofo: «Todo pecar deja un no sé qué de cansancio y frustración ... El pecado ciertamente envejece.» Vean ustedes, si no, el aire y la pinta de tantas manadas de jóvenes que ya han realizado el gran progreso de «entregarse sin disimulos a lo que les da la gana». 162

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