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(Ef 4, 17-22 y Col 3, 5-10) «hombre viejo» a todo lo que hay en nosotros de vicioso y desarreglado! Caractérística del hombre viejo es la «pérdida de todo sentido moral», que se traduce prácticamen– te en «abierta entrega a la disolución, hasta reali– zar con frenesí toda clase de impurezas». ¡Deslumbrador progreso, como puede verse! Pueden estar orgullosos los progresistas del «po– der hacer sin disimulos lo que nos dé la gana» ... En la raíz del «hombre viejo» está Adán, el primer pecador, el primero en buscar lo que le diera la gana. En el principio del «hombre nuevo» está Jesús, cabeza y tipo de una humanidad renovada y lim– pia, con muy altos horizontes. «Está escrito: El primer hombre, Adán, fue he– cho 'ser viviente' -animal racional-; pero el úl– timo y nuevo Adán -Cristo- es de índole espi– ritual, que da vida. »Por tanto, no es primero lo espiritual, sino lo animal y psíquico; lo espiritual viene después. »El primer hombre, salido de la tierra, fue te– rreno; el segundo hombre, espiritual, viene del cielo. Y cual fue el hombre terreno, así son tam– bién los terrenos; y a semejanza del hombre ce– leste serán los celestiales» (1 Cor 15, 45-48). ¿Dónde está, pues, el «progreso»: en moverse cada día con mayor desvergüenza por el ámbito de lo primitivo, de la animalidad deteriorada, o en ir a la «criatura nueva» que todos podemos y debemos ser? La posibilidad de llegar a ella, dejando atrás todo lo viejo, se nos da a cada uno en la fe y co- 161 11

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