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vosotros, la frustración personal; para la socie– dad, un caos de convivencia. Yo sólo me descubriría ante unos ardorosos voceadores de la libertad, cuando descubriera en ellos parecido ardor por el ejercicio de la respon– sabilidad. Es decir, cuando viera en ellos buena inteligencia y buena práctica de ciertas cosas fun– damentales a propósito de la libertad: «La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido de– jar a éste en manos de su propia decisión, para que así busque con resolución personal a su Crea– dor... La dignidad humana requiere que el hom– bre actúe según su conciencia y libre elección, no bajo la presión de ciegos impulsos internos o de la mera presión externa. Y el hombre logra tal dignidad cuando, liberado totalmente de la cauti– vidad de las pasiones, tiende a su alto fin con libre elección del bien y en ello emplea los me– dios adecuados con esfuerzo y eficacia crecientes. »La libertad humana, herida por el pecado, pa– ra tener verdadero éxito en esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia divina. Y no perder de vista, que cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios, según la conducta, buena o mala, que haya obser– vado» (C. Vaticano II, «Gaudium et spes», mime– ro 17). -Si todo esto lo tenéis bien en cuenta, queri– dos amigos, entonces id enhorabuena voceando por ahí: «Queremos libertad, queremos libertad.» Y no olvidéis que todas esas «liberaciones» de las que ahora se habla tanto -liberación econó– mica, política, social, etc., etc.- no nos darán al hombre de verdad libre, mientras éste no se em- 154
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