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Longfellow-Gillín) decía a la angelical aldeanita Elsa: «Oh puro corazón, tu dulce polvo-lirios ha de brotar, y en sus hojuelas-AVE MARIA escri– to ha de leerse-en auríferas letras.» Quisiera yo para muchos, que cuando llegue la hora, cuando «el alma extienda las alas para volar lejos del mundo», del polvo del corazón brote como un li– rio el saludo a aquella criatura que, habiendo amado cual ninguna, lo hizo tan santamente, que ya para siempre quedaría constituida en MADRE DEL AMOR HERMOSO. 145 10

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