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Esto es siempre fruto de esfuerzo: del mejor es– fuerzo de la mejor voluntad. Amarse no es lo me– ritorio, sino saber amarse. Grandeza y servidumbre de Bizancio es el título de un libro que yo tengo en mi habitación. Lo es– cribió hace años Carlos Diehl, para darnos la in– teresante historia de aquella porción oriental del Imperio Romano, que logró pervivir durante mu– chos siglos, floreciendo en refinada cultura. «Grandeza y servidumbre del enamoramiento» podría ser el adecuado título para un libro -vo– luminoso- que quisiera explicarnos la realidad misteriosa e inquietante del amor humano. Por– que este amor tiene grandezas, no pocas grande– zas, y también terribles fallos ... Fallos gordos me parecen: el que sea - muy exclusivista; - sumamente caduco (aunque, de ordinario, no tanto como ese «amor militar» que caracterizó ya hace siglos nuestro Andrés de Claramonte: «El amor del soldado-no es más de un hora:-en tocando la caja,-«Adiós, señora»); - que no llene ni deje satisfechos los corazo– nes más elevados, - y el que tan fácilmente se enfangue, con lo que va anulando los mejores brotes de la persona humana. «El problema fundamental del amor -decía Pablo VI al gran pensador Jean Guitton- estriba en elevar cuanto hay en la carne, a una altura su– perior a la de la carne, en situar lo que pertenece al bajo dominio de los sentidos, en el alto domi– nio del espíritu.» Con todos sus fallos, sin embargo, el amor hu- 143
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