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infortunados, cantada as1m1smo bellamente, y por un gran dramaturgo: la historia de Romeo y Julieta, los adolescentes amantes de Verona... Se ve por esto, que el amor, cuando prende de verdad, pesa más en el hombre que su máximo instinto, el instinto de conservación, el apego a la vida. Por eso, y ante tanto como dan que hablar las ilusiones y los sufrimientos del amor, es cosa de preguntarse: ¿habrá algo más grande que esa pasión o vibración humana, tan celebrada en to– dos los estilos y en todas las lenguas? Volvemos a lo del himno de mis tiempos de es– tudiante: «Vale más tu amistad, tu cariño ... » Bas– tante más que las perlas, valen los amores; y mu– cho más que todos los amores, vale el AMOR. Se entenderá a cuál me refiero, porque sólo uno, el que de Dios viene y a Dios lleva, merece escribirse así. Sólo él, jamás defrauda; sólo él, nunca hastía. En el capítulo primero de la segunda parte de La mujer nueva, Carmen Laforet va hablando de la búsqueda del amor a la que tan afanosamente se entregan hombres y mujeres. Paulina -la pro– tagonista de la novela- está a la ventanilla del tren, en aquella madrugada en que Dios se le re– vela sobre los anchos campos de Castilla. Y den– tro le canta la gran verdad: «A veces el Amor les suena, a los hombres, her– mosamente; parece que va a ser como un mar rompiente e infinito ... Luego se quedan los hom– bres sin llegar a él, en un pequeño charco cual– quiera, que espejea... Los seres humanos aman esos charcos, se ahogan en ellos, se pierden en ellos, se mueren en ellos, a dos pasos de ese ru– mor más lejano, más difícil: de ese mar de AMOR, inmenso, que existe, que espera ... » 141

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