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veces en los individuos: admirar muy especial– mente aquello que a uno le falta. En este caso, auténtica juventud. Lo de «juventud, divino tesoro» suena bien. Es– taría, además, muy bien, estupendamente bien, si sirviera para su mejor aprovechamiento. Leí hace años un libro, que entonces me gustó mucho: La juventud no vuelve, de Manuel Pombo Angulo. Dos de sus personajes -adscritos a altos centros universitarios- dialogan un día bajo los árboles, junto al río ... -Mira -exclama de pron– to Angélica?-: ya tienes una cana... ¿Sabes lo que significa una cana? Significa que, si te des– cuidas, vas a pasar el resto de tu vida arrepintién– dote de lo que no hiciste. Creo yo que esas palabras nos dan buena clave para entender sabiamente todo esto de la juven– tud. Cosa estupenda, sí, señor; pero de consisten– cia tan efímera, que si uno «se descuida» ... Pues ¡nada! Sólo quedará un amargo sabor a ceniza, y la pesadumbre de ver irremediablemente perdido lo que nada gloriosamente se vivió. De tal modo ha de estar cada uno en su juven– tud, que luego no tenga que pasar el resto de sus días arrepintiéndose de lo que en ella hizo y arre– pintiéndose quizá más de lo que en ella dejó de hacer. «Quien de joven despilfarra y goza, de vie– jo gime y solloza.» La imaginación adolescente y heroica de los pueblos cristianos de la Edad Media tejió alrede– dor del cáliz usado por el Señor en la Ultima Ce– na todo un mundo de leyendas. Al cáliz se le lla– maba el Santo Grial, y se le suponía guardado por 130
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