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los pobres; y si a alguno le he perjudicado inde– bidamente, le compensaré hasta el cuádruplo.» Pero no basta con rectificar y reparar; hay que rendir... Está clarísima la voluntad del Señor en la pará– "bola de las «minas» (Le 19, 13): «A trabajar con este capital, hasta que yo vuelva.» No perdamos de vista que esta parábola la pro– puso el Maestro, porque muchos de los que le acompañaban «creían ya que el Reino de Dios iba a imponerse triunfalmente de un momento a otro»; había, con eso, peligro de que ellos se aban– donasen a una expectante inactividad... El Señor quiere a todos sus fieles, trabajando más cabalmente que nadie en la empresa de lo– grar un mundo mejor. Hay que velar por lo que hemos recibido, para que no se nos deteriore ni nos lo malgasten. Pero no se trata sólo de conservar; tenemos or– den de acrecentar. Una buenísima manera de hacer mejor al mun– do es la de aportar cada uno lo que tenga, aun• que parezca terriblemente desproporcionado a las necesidades. También sobre esto hay algo aleccionador en el Evangelio (Jn 6, 1-15). Se ha planteado el problema de alimentar a una enorme multitud. Jesús se dirige con él a los más próximos discípulos, y la reacción de éstos es ab– solutamente realista: No hay nada que hacer. Pero he aquí que alguien viene con el aviso de que un muchacho ofrece todo lo que tiene: cinco panes de cebada y dos peces. El Apóstol Andrés pretende desechar el ofrecimiento, porque con 123
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