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da hombre» (Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes», núms. 13 y 10). La criatura humana ha querido seguir cami– nos que ella misma se trazara, no el camino de Dios; se ha enfrentado a Este para poder actuar con verdadera «autonomía»... , y esto la ha lleva– do -ahí está el caso de Adán- a querer escon– derse de Dios... ; en realidad, sólo a alejarse de El, a «extraviarse», a perderse. Así el mundo no está donde debe, ni corno debe; por culpa del hombre, es un mundo perdido; y todas las criaturas sienten la opresión del ma– lestar: «La creación, en anhelante espera, suspira por la 'revelación' de los hijos de Dios. Pues ella, no por propia iniciativa, sino a causa de aquel a quien estaba sometida, quedó sujeta a frustra– ción..., y está ahora, en espera de ser liberada, con gemidos y sufrimientos como de parto ... » {Rrn 8, 19-22). Si este mundo nuestro, en su decisiva dimen– sión humana, mejorase, los buenos efectos alcan– zarían a TODO. El mundo puede y debe ir siendo «mejor». Todos los hombres estamos obligados a ello. Y más que nadie, los cristianos. Nuestro contacto con Jesús debería suscitar en nosotros, por ejemplo, una reacción de mayor justicia y caridad, corno ocurrió en el caso del publicano Zaqueo (Le 19, 1-10): - «Ahora que estás aquí, Señor, yo nie com– prometo a repartir la mitad de mis bienes entre 122

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