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Le hiciste poco inferior a los ángeles, le coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies ... » Siendo tal la situación del hombre, éste hará muy bien en ir, mediante la ciencia, al descubri– miento y dominación de cuanto le ha sido some– tido, puesto a su servicio; y no podrá descuidar, con el abandono de la «vida religiosa», el ser de verdad para Aquel que está en el principio de to– do, y en quien todo habrá de tener consumación. Pero este mundo nuestro, creado y amado por Dios, es también un «mundo perdido». Decirnos con angustia: «¡Me he perdido!», cuan– do nos darnos cuenta de que ya no tenernos cami– no, de que nos hemos «extraviado». Este es también el sentido de la perdición del mundo. Por eso Dios pregunta al hombre después del primer pecado: «Adán, ¿dónde estás?» El sa– bía perfectamente dónde se encontraba aquel hombre-cabeza; era éste quien ya no sabía por dónde andaba... «Creado por Dios en la justicia, el hombre... ,. ya en el mismo comienzo de la historia, abusó de su libertad, enfrentándose a Dios y pretendien– do alcanzar su propia realización, o finalidad, al margen de Dios ... El orden quedó así averiado, tanto por lo que toca a la persona misma del hom– bre, como a las relaciones con los demás y con el' resto de la creación. »Así, los desequilibrios que fatigan al mundo ... están conectados con ese otro desequilibro funda– mental que hunde sus raíces en el corazón de ca- 121

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