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Donde se advierte mayor desgarro de apre– ciaciones es en el libro del Eclesiastés. Empieza ya con el talante de quien está de vuelta de todo: <( Un tiempo va, otro tiempo viene; pasa una ge– neración, y otra se presenta; pero la tierra sigue la misma... No se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. Pero lo que fue, eso será; lo que ya se hizo, volverá a hacerse. ¡Nada nuevo bajo el sol! ... No hay memoria de lo pasado; tampoco la habrá de lo presente. »He observado todo cuanto se hace bajo el sol, y veo que todo es vanidad y correr tras el viento.» Sigue una sentencia, cuya traducción latina, tal como está en la Vulgata, quizá no responda al texto original, pero es de una exactitud abruma– dora: «Los perversos, 1nuy difícilmente se corrigen; y el número de los tontos es infinito» (Ecc 1, 4-15). Lo que más repiten, por activa y por pasiva, los Libros Sapienciales, lo que viene a ser como el «ritornello» de todas sus páginas, la música de fondo, es que «el comienzo de la sabiduría está en el temor de Dios». Para la Biblia, el temor de Dios no se reduce a un actitud de saludable cuidado para no incurrir en el enojo divino, sino que apunta a toda la con– veniente disposición del hombre hacia El. Equi– vale, por tanto, a toda una auténtica actitud reli– giosa. Así se comprende cómo en ese «temor» tiene que estar el comienzo o raíz de la sabiduría. Por.. que si ésta, según queda indicado, es un saber a qué atenerse, para acertar en caminos, actitudes y decisiones, sólo estará en condiciones de llegar 117

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