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Mucho aprovechará para dar con «la escondida senda» de la sabiduría, la familiaridad con esos libros inspirados que antes decía. Hay en ellos páginas verdaderamente admirables; y fácilmen– te topa uno con observaciones y sentencias -ex– presadas a veces con desgarro- que valen por tratados enteros de buen saber. Unas muestras: «No desdeiies, hijo mío, la corrección del Seiior, ni tomes a mal sus reprimendas. · Porque el Seiior corrige a quien ama, como un padre al hijo más querido» (Pr 3, 11-12). «No rehuses un favor a quien te lo pida, si está en tu mano el hacerlo; ni le digas al prójimo: 'Ahora, déjame; [ vuelve mañana y te daré', si ya está a tu alcance la ayuda» (Pr 3, 27-28). «La senda de los justos es como la luz de [la aurora, que va de más a más, hasta la plenitud [de mediodía; el camino de los impíos es un andar en [ tinieblas, donde todos los tropiezos son posibles» (Pr 4, 18-19). «El espíritu sensato acepta órdenes; el charlatán tonto no las tolera. Quien va derecho, va seguro: el amigo de tortuosidades pronto será calado» (Pr. 10, 8-9). 116

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