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«Estoy colmado de consuelo; sobreabundo de alegría ... », declaraba San Pablo a los corintios (2.ª, 7, 4). ¿Tan bien le iban las cosas? Puede verse en el mismo escrito, poco después (11, 23-29): resulta impresionante tal cúmulo de trabajos y sufri– mientos ... No es de extrañar que a veces llegase a invadirle el tedio de la vida. Sin embargo, se s.entía extrañamente feliz, so– bre un fondo de imperturbable consolación. Co– mo San Francisco de Asís, cuando en los días más sombríos de su vida, se desahogaba con el radian– te «Cántico de las criaturas» ... Como la conver– tida Eva Lavalliere, cuando declaraba a su viejo conocido Roberto de Flers: -«Diga a quienes le pregunten por mí, que ha visto usted a la más dichosa de las mujeres. -¿A pesar de su enfermedad y de tantos sufri– mientos? -No sólo a pesar, sino a causa de ellos.» La felicidad «completa» no es posible en este mundo, ni para buenos ni para malos. No es de aquí ni de ahora el tener ya esa felicidad; lo de aquí y ahora es hacer por merecerla. Para tener ya esa felicidad deberíamos estar colmados a tope: y todo lo de este mundo resulta insuficientísimo para colmarnos así, y la realidad de Dios, la única que nos puede lle– nar hasta los bordes, sólo se nos da ahora en pequeños y misteriosos anticipos. De tales anticipos, que podemos gustar aun en las más adversas circunstancias, tiene que venir- 112

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