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propuesto no reuninciar a ninguna experiencia ... Ahí está (en orden a apurar hasta lo último): el desenfrenado montaje hedonista de la exis- tencia, el «boom» del erotismo pornográfico, el comercio sexual sin trabas, el frenesí de las drogas ... ¿Los frutos de «felicidad»? Están en razón in– versa a la creciente fiebre de placer... ¿ Qué pasa entonces? ¿Que la felicidad es un sueño imposible o que los hombres han equivoca– do el camino? Desde hace siglos está resonando en el mundo una Voz a la que sólo muy contadas minorías han tomado verdaderamente en serio. Esa Voz ha di– cho cosas realmente desconcertantes a propósito de esto de ser felices: «- Dichosos vosotros, los pobres, porque vues- tro es el Reino de Dios. - Dichosos los que ahora pasáis necesidad... - Dichosos los que ahora lloráis ... - Dichosos los que s u f r í s persecución por causa del Hijo del Hombre ... Alegraos y saltad de gozo, pensando en la re– compensa que se os dará en el cielo ... » (Le 6, 20-26). Lo que se propone aquí como medio u ocasión de sentirse felices, es lo que todo hombre normal considera como constitutivo seguro de la des– gracia. Pero ¿qué nos dicen los poquísimos que han tomado en serio esas proclamas de Jesús? 111
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