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derse de la cruz, como si quisiera bajar y marcharse; y, de pronto, el guardián del convento subió y remachó los clavos para que no pudiera b::i,jar. Contó, pues, el her– mano la visión, y los hermanos quedaron desconcerta– dos; y desde entonces se mostraron más serios y menos dados a la risa. Tenían tal amor por la verdad que casi no osaban decir alguna cosa con metáforas, y no o.cultaban nunca las propiaS' culpas, aunque supieran que habrían sido castigados si las hubieran confesado. 29. La cuestión de escoger un convento o de per– manecer en el convento asignado, no constituía de nin– guna manera dificultad para ellos; y ni siquiera les preocupaba el tener que cumplir otras órdenes, cuales– quiera que fuesen y cualquiera que tuviese que ser la manera de cumplirlas; les bastaba con saber que eran órdenes del superior. Sucedió, asimismo, que fueran en– viados a lugares que ahora son llamados salvajes o deso– lados, hermanos que eran nobles de nacimiento o impor– tantes por otros motivos en la vida seglar o de gran afa– bilidad en la Orden, y ellos iban sin ninguna murmura– ción. Lo único que los entristecia, puesto que se tenían ;un afecto mutuo tan grande, era el tener que separarse. Por este motivo sucedía con frecuencia que los herma– nos acompañaran a los que partían durante un largo trecho de camino y se demostraban el mutuo afecto ver– tiendo muchas lágrimas en el momento de la separación. 97

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