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tanto fervor el oficio de la vigilia que no raras veces lo prolongaban durante toda la noche; y aun cuando no eran sino tres o cuatro o a lo sumo seis, lo recitaban solemnemente cantando. Su simplicidad y pureza eran tan límpidas que en el capítulo se acusaban públicamente hasta de las polu– ciones nocturnas. Era también su costumbre no juzgar nunca, sino que simplemente decían: "Así es" (cfr. Mt 5,37). Apenas alguno era reprendido por el superior o por un compg,ñero, al instante respondía: "Mea culpa", y con frecuencia se postraba en tierra. A este respecto, el hermano Jordán, maestro general de los predicadores, dijo que el diablo, apareciéndosele una vez, le había di– cho que este "mea culpa" le destruía cuanto había creí– do arrebatar a los hermanos menores, porque confesa– ban mutuamente su culpa cuando ofendían a un her– mano. 28. En todo momento los hermanos eran tan ama– bles y alegres entre sí que a duras penas podían dejar de reír cuando se encontraban. Pero como los jóvenes hermanos de Oxford reían demasiado frecuentemente, se le ordenó a uno de ellos que cada vez que nese en el coro o en la mesa otras tantas veces se debía castigar con la "disciplina". Sucedió que en un solo día aquel pobre hermano recibió la disciplina once veces sin po– der todavía contener la risa. Pero una noche tuvo una visión: toda la comunidad estaba en el coro como de costumbre, y los hermanos estaban tentados de risa, co– mo otras veces; pero he aquí que el crucifijo, que estaba colgado sobre la puerta del coro, se volvió hacia ellos co– mo si estuviese vivo y dijo: "Son hijos de Coré (cfr. Nm 16) quienes en la hora de la cruz ríen o duermen". Le pareció también que el crucificado trataba de despren- 96

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