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la noble condesa, que vivía recluida en Hakyngton. Ella les favoreció en todo, como hace una madre con sus pro– pios hijos, atrayendo hacia ellos ingeniosamente el fa– vor de los príncipes y prelados, sobre quienes se había conquistado de modo maravilloso una profunda in– fluencia. 22. En Londres, Juan Iwyn dio hospedaje a los her– manos y transfirió a la ciudad la propiedad de un terre– no comprado para los hermanos, dejándoles el usufruc– to según la voluntad de los ciudadanos; después, él mis– mo entró en la Orden como hermano laico, y nos dejó ejemplos de verdadera penitencia y de gran pied3.d. Joyce, hijo de Pedro, agrandó este terreno, y su hijo, jo– ven piadoso y de buen corazón, entró también con entu– siasmo en la Orden y perseveró devotísimamente hasta el fin. Después, Guillermo Ioynier construyó la capilla a sus expensas y ofreció en diversos intervalos una suma de cerca de 200 libras esterlinas para erigir la otra cons– trucción; continuó siendo amigo de los hermanos y su benefactor hasta la muerte. Para la construcción de la enfermería, Pedro de Elyland dejó a su muerte 100 libras esterlinas. Enrique de Frowik y un óptimo joven, Salekin de Basings, con– tribuyeron especialmente con sus aportes a la construc– ción de un acueducto, para lo cual, sin embargo, el Rey dio una subvención con maravillosa prodigalidad. Du– rante el tiempo de mi estadía en Londres vi al dulcísimo Jesús proveer a los hermanos de tanfas ofrendas para sus construcciones, para la adquisición de sus libros, pa– ra el ensanchamiento del terreno y para otras necesi– d1des que debería causar admiración a todos. Por este 92

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