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dad de los habitantes, y llegaron a Mittenwald 60 • Pero ahí, debido a la gran escasez de alimentos, se vieron obligados a engañar el hambre con trozos de pan y siete nabos, y la sed con la alegría del corazón, lo que no hizo más que exitar el apetito. Pero habiendo consultado en– tre ellos sobre cómo llenar el estómago vacío para poder después gozar de un poco de descanso durante la noche, tras la fatiga de siete millas, acordaron beber agua de un límpido arroyo que corría cerca de allí, para que el estómago vacío no murmurara. Al amanecer, se levantaron, hambrientos y en ayu– nas, y reemprendieron el camino comenzado. Pero cuan– do habían caminado media milla, la vista comenzó a nublárseles, las piernas a hinchárseles, las rodillas a do– blarse por el ayuno, y todo el cuerpo perdía fuerzas. Por esto, para mitigar los calambres del hambre comían tallos de los espinos y de las diversas clases de árboles y arbustos que encontraban a lo largo del camino. Pero, como era viernes, tenían miedo de romper el ayuno. Sin emb:ugo, el hecho de llevar con ellos frutos de diversos árboles y arbustos, les daba la impresión de estar más o menos satisfechos, porque, en caso de extrema necesi– dad, tenían qué comer. Y así, ora deteniéndose, ora ca– minando lentamente, llegaron con dificultad a Matrei. Y he aquí que Dios a quien se encomienda el pobre (Sal 10, 14), solícito con sus pobres, dispuso que, al entrar en la ciudad, encontraran a dos hombres hospitalarios, que les compraron dos denarios de pan. ¿Pero, qué era esto para tanta gente? Y como era la estación de los na– bos, los mendigaron, supliendo con ellos la falta de pan. 60 Según Boehmer (op. cit. p. 25, nota 5), Jordán confunde Mittenwald con Grossensass o Gries o San Jodok, aldeas inter– medias entre Matrei y Sterzing. 41

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