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do de aquí para allá, ora a uno ora a otro, preguntaba: "¿Quién eres y de dónde eres?", ya que estimaba corno grande gloria, en el caso que fuesen martirizados, poder decir: "Conocí a éste, conocí a aquél". Entre ellos estaba un hermano diácono llamado Palmerio, que después fue nombrado guardián en Mag– deburgo, de natural alegre y gracioso, oriundo del monte Gárgano en Apulia. Al llegar ante él aquel hermano cu– rioso, y preguntarle: "¿Quién eres y cómo te llamas?", respondió: "Me llamo Palmerio", y después de haberlo cogido de la mano, añadió: "Y tú también eres de los nuestros y vendrás con nosotros", queriendo llevarlo con él entre los alemanes, cuando él había pedido ya tantas veces a Dios que lo enviara donde quisiera, menos entre ellos. Detestando el nombre de los alemanes, replicó: "No soy de ustedes, sino que he venido con el deseo de conocerlos y no con la intención de partir con ustedes". Pero aquél, insistiendo con su jovialidad, y aunque el otro se oponía con gestos y palabras, le obligó a sentarse en el suelo con los demás. Entre tanto, mientras sucedían estas cosas y aquel hermano curioso era retenido entre los demás, fue asig– nado a otra Provincia con la fórmula: "Tal hermano va a tal Provincia". Mientras los 90 hermanos aguardaban la deci:,;ión, fue designado ministro de Alemania el alemán hermano Cesáreo, nacido -como ya hemos dicho- en Spira, con la facultad de escoger a quien quisiera entre los 90 her– manos. Al descubrir entre ellos a aquel hermano curioso, fue persuadido por los demás a llevarlo con él. Y como aquél de mala voluntad iba entre los alemanes y repe– tía con insistencia: "No soy de ustedes, y no me levanté 36

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