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curarse lacticinios, sino que se debían abstener, excepto en caso de que fueran ofrecidos por los fieles devotos. 12. Un hermano laico, indignado por estas consti– tuciones, por el hecho de que ellos hubieran tenido la presunción de agregar algo a la Regla del santo padre, tomó consigo aquellas constituciones y cruzó el mSU' sin la autorización de los vicarios. Y llegado a donde estaba el bienaventurado Franck·co, le confesó en primer lu– gar su culpa, pidiendo perdón por haber venido sin per– miso, impulsado, sin embargo, por esa necesidad: que los vicarios dejados por él habían tenido la presunción de agregar nuevas normas a su Regla; le informó, ade– más, que la Orden estaba agitada por toda Italia, tanto a causa de los vicarios, como de los demás hermanos que exigían otras novedades. Cuando hubo leido atentamente las constituciones, el bienaventurado Francisco, que estaba sentado a la mesa y tenía ante él carne lista para comer, preguntó al hermano Pedro: "¿Señor Pedro, qué hacemos ahora?". Y él respondió: "¡Ah, señor Francü::co, hg,z lo que te pa– resca, porque tú tienes la autoridad!". Como el herma– no Pedro era culto y noble, el bienaventurado Francis– co, por su cortesía, le honraba llamándole "señor". Y este respeto recíproco permaneció entre ellos, tanto en ultramar como en Italia. Al final, el bienaventurado Francisco concluyó: "Comamos, pues, como dice el Evan– gelio, lo que está puesto ante nosotros 3 5. 35 Cfr. Le 10 5-8. El pasaje evangélico es citado también en la Regla bulada. Este párrafo y el siguiente son la única fuente del episodio. 29

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