BCCCAP00000000000000000000748

3. Después de estas cosas (salvado de la furia de la crecida del río), llegué a la ciudad de Milán, que es un verdadero nido de herejes. Me detuve algunos días y prediqué la palabra de Dios en diversos lugares. A duras penas se encuentra alguien, en toda la ciudad, que tenga coraje de resistir a los herejes, excepto ciertos santos hombres y mujeres religiosos, que los seglares llaman, no sin una cierta malicia, "patarinos". Pero por el Sumo Pontífice, que les ha concedido autorización para predicar y combatir a los herejes (y que también ha aprobado su Congrega– ción), son llamados "Humillados". Estos, renunciando a todos sus bienes, se reúnen en diversos lugares, viven del trabajo de sus manos, predican frecuentemente la divi– na palabra y de buena gana la escuchan, y son perfectos y firmes en la fe, eficaces en las obras. Esta "religión" se ha difundido tanto en la diócesis milanense, que bien se pueden contar 150 congregaciones conventuales de hombres por una parte, y de mujeres por otra, sin con– tar los que permanecen en sus casas. 4. Cuando salí de aquí, llegué a Perusa. Encontré al papa Inocencio muerto, pero no todavía sepultado. Durante la noche los ladrones habían despojado sus restos mortales de todas las vestiduras preciosas, dejan– do su cuerpo casi desnudo y ya descomponiéndose en la iglesia. Yo entré después en la iglesia y conocí con ple– na fe cuán breve es la gloria engañadora de este mundo. El día siguiente a los funerales, los cardenales eli– gieron a Honorio (18 de julio de 1216), hombre de edad avanzada y piadoso, simple y muy benigno, que había distribuido a los pobres casi todo su patrimonio. El do- 230

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz