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Al día siguiente, todos los ciudadanos de Reggio to– maron los estandartes de todas sus comarcas e hicieron una procesión alrededor de la ciudad. También el podes– tá, Hubertino Robaconti de Mandello, ciudadano mila– nés, participó en aquella procesión flagelándose. Cuando esta devoción estaba solamente en sus co– mienzos, los ciudadanos de Sassuolo, que me eran muy queridos, vinieron a sacarme de Módena, con licencia de los superiores, y me condujeron a Sassuolo, y después a Reggio y a Parma. Cuando llegamos a Parma, ya es– taba en acción esta devoción. En efecto, volaba como águila que corre hacia la presa, y duraba algunos días en cada una de las ciudades. Y no habfa ninguno, por más circunspecto o viejo que fuera, que no se flagelase de buena gana. Si alguno no lo hacía, era considerado peor que el diablo y era señalado con el dedo como des– preciable y diabólico. Pero lo que más cuenta es que, en pocos días, caía en alguna desgracia: o morían o se enfermaban gravemente. Solamente el Pellavicino, que gobernaba en Cremo– na, no quiso, junto con sus conciudadanos, aceptar aque– lla gran bendición y devoción ... (pp. 675-676). En aquel mismo año debía comenzar a cumplirse la doctrina del abad Joaquín, que divide al mundo en tres edades. En la primera había actuado el Padre entre los patriarcas y los hijos de los profetas, si bien la obra de la Trinidad es indivisible. En la segunda edad ha obra– do el Hijo entre los apóstoles y los hombres apostólicos. En la tercera edad obrará el Espíritu Santo en los reli– giosos. Esta es la doctrina del abad Joaquín de Fiare. Dicen que esta tercera edad ha comenzado con este mo– vimiento de los flagelantes, en el año 1260, cuando se 225

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