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grandes prodigios e hizo muchas cosas buenas, como lo he visto con mis propios ojos. Cuando todavía era seglar, se llamaba Gerardo Maletta, de la familia noble y rica de los Boccabadati. Había sido uno de los primeros her– manos menores, pero no de los doce compañeros; amigo e íntimo del bienaventurado Francisco, y su compañero durante cierto tiempo. Hombre muy cortés, liberal y ge– neroso, religioso, honesto y muy dúctil, moderado en las palabras y en todas sus obras. De poca literatura, pero gran orador, óptimo y gracioso predicador. Fue él quien pidió por mí al hermano Elías, ministro general, para que me aceptara en la Orden, y el hermano Elías, acep– tó, en Parma, el año 1238. Fue compañero de viaje du– rante algún tiempo (p. 106). Durante esta devoción, los ciudadanos de Parma ofrecieron al hermano Gerardo el gobierno total de la ciudad, para que fuera su podestá y persuadiera a la paz a cuantos estaban en guerra entre ellos. Y así lo hizo, porque a muchos que eran enemigos los llevó a la con– cordia (p. 106). Cuando pienso en el hermano Gerardo de Módena, siempre me acuerdo de aquel pasaje del Eclesiástico: Más vale el de pocos alcances que respeta al Señor que el muy inteligente que quebranta la Ley (Si 19,24). Es– taba también yo enfermo en Ferrara con el hermano Gerardo, cuando él estaba aquejado de la enfermedad de la que murió; y yendo a Módena al año siguiente, cerró allí los ojos (pp. 107-108). 223

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