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lo y bendecirlo por todos los siglos; no se cansaban de alabar al Señor, tan ebrios de amor divino estaban; y competían en hacer el bien y en alabar a Dios. Nada de ira entre ellos, ninguna discordia; ningu– na disputa, ningún rencor. Tenían el ánimo tan pací– fico y benigno en todas las cosas, que podían repetir aquel dicho de Isaías: Se olvidarán las angustias de an– taño y hasta de mi vida desaparecerán (Is 65,16). No hay que asombrarse. Habían bebido el vino de la dulzura del Espíritu de Dios, y cuando se lo gusta pierde sabor toda carne. Por eso a los predicadores está prescrito: Den bebidas fuertes al que va a perecer y vino al de alma amargada; que beba y olvide su miseria, y no se acuerde ya de su desg1.1cia (Pr 31,6-7). Se vuelven apropiadas aquí las palabras de Jeremías en las Lamen– taciones: Examinemos nuestros caminos, escudriñémos– los, y co.nvirtár.nonos al Señor. Alcemos nuesti·o co:raz_ón y nuestras manos al Dios que está en los delos (Lm 3, 40-41 ). Y así lo hacían, como lo vi con mis propios ojos. Cumplían los mandamientos del Apóstol: Quiero que los hombres o:ren en todo lugar elevando hacia. el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones (1 Tm 2,8), Pero para que no creas que toda aquella gente esta– ba sin guía, en el momento que el Sabio declara: Por falta de gobierno se arruina un pueblo (Pr 11,14), ha– blaremos ahora de los conductores de estos grupos (pp. 99-100). 52. Los predicadores del "Aleluya" En primer lugar vino a Parma el hermano Benito, llamado hermano de la Corneta, hombre sencillo y sin 221

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