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46. Recuerdo que, cuando era joven y v1v1a en el convento de Siena, en Toscana, el hermano Hugo, de vuelta de la curia romana, decía cosas maravillosas de la gloria del paraíso y del desprecio del mundo delante de los hermanos menores y de los predicadores que ha– bían venido a su encuentro para verlo. Y a cualquier pregunta que se le hacía, respondía prontamente. Y to– dos cuantos lo oían quedaban admirados por su pruden– cia y por sus respuestas (p. 336) 57 • 47. El hermano Hugo vivía de buena gana y muy frecuentemente en esta ciudad de Hyeres. Había aquí muchos notables y jueces, médicos y otros letrados; en los días de fiesta se daban cita en la habitación del her– mano Hugo para escucharlo mientras hablaba de la doctrina del abad Joaquín y enseñaba y exponía los mis– terios de la Escritura y predecía las cosas futuras. Era, en realidad, un gran joaquinita y tenía todas las obras del abad Joaquín escritas en grandes letras. Yo mismo me interesé por esta doctrina al escuchar al hermano Hugo. En realidad, ya la conocía desde antes y había oído exponer esta doctrina cuando vivía en Pisa, por un cierto abad de la Orden de Fiore, un viejo y santo hom– bre, que había colocado a cubierto todos sus libros edi– tados por Joaquín en el convento de Pisa, por temor de que el emperador Federico hiciera destruir su monaste– rio, situado entre Lucca y Pisa, en el camino hacia la ciudad de Luni. Consideraba, en verdad, que en Federi– co, precisamente en aquel tiempo, se habían cumplido 57 Continúa recordando otros encuentros y la admiración del clero y del pueblo: en Pistoia, Lucca, Tarascona, etc. (pp. 336-337). 217

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