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donde había vivido durante siete años. Al observar que siempre los mismos hermanos se sentaban a la mesa con él, los mismos a la comida o a la cena, y esto todos los días, reconoció que el guardián, hermano Guillermo de Bucea, parmense, hacía acepción de personas. Esto le molestó mucho, según aquel verso: "El hombre impru– dente desagrada en aquello en que quiere agradar". Una tarde, mientras el hermano Juan se lavaba las manos para la cena, el hermano que servía preguntó al guardián: "¿A quién debo invitar?" El guardián le res– pondió: "Llama al hermano Jaime de Pavía, al hermano Avanzio, y a tal y tal". Estos ya se habían lavado las manos y estaban de– trás del general, quien ya los había visto antes. Enton– ces, ardorosamente, e inspirado, yo creo, por el divino espíritu, comenzó a decir en forma de parábola: "Sí, sí. Llama al hermano Jaime de Pavía, llama al hermano Avanzio, llama a tal y tal. ¡Toma para ti diez pedazos! ( lR 11, 31). Esta es siempre la misma cantinela". Por eso, quedaron confundidos y llenos de rubor al oír estas cosas los que habían sido invitados por Adonias (cfr. lR 1,41), no menor fue la confusión del guardián, que dijo al ministro: "Padre, he invitado a éstos a acom– pañarte para honrarte a ti, ya que me parecen los más dignos". Pero el ministro respondió: "¿No dice acaso la Escritura, en alabanza de Dios, que al pequeño como al grande él mismo los hizo y de todos tiene igual cuidado? (Sb 6,7) ¿Y el Señor: Dejen que los niños vengan a mi? (Mt 19,14). Santiago dice en seguida: Dios ha escogido a los pobres según el mundo (St 2,5); y finalmente ei mismo Señor dice, en el capítulo XIV de san Lucas: Cuando des una comida o una cena, no llames a tus 213

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