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mano Juan los rechazó, y esto fue de un gran ejemplo para Vattazio. Solamente logró convencerlo de que acep– tara una especie de "fusta", que debía llevar en sus manos cuando atravesara Grecia con sus compañeros. El hermano Juan la aceptó, creyendo que se trataba de una fusta para azuzar al caballo. . . Pero los griegos, cuando veían aquel signo, que era el signo imperial, se arrodillaban todos delante de él, como hacen los latinos cuando es elevado el cuerpo de Cristo durante la Misa, y pagaban todos sus gastos y los de sus compañeros. Así, el hermano Juan volvió junto al Papa, que lo había en– viado (pp. 443-444) 54 • 43. Cuando el hermano Juan de Parma era lector en Nápoles, antes de ser ministro general, pasando una vez por Bolonia y hallándose en la hospedería para co– mer con su compañero y otros hermanos que estaban de paso, entraron algunos hermanos y lo levantaron a la fuerza de la mesa para llevarlo a comer en la sección de los enfermos. Pero él, viendo que el compañero se quedaba allí y nadie lo invitaba, volvió a su lado dicien– .do: "No comeré en otra parte si no es con mi compañe– ro". Los que invitaban consideraron aquella actitud po– co delicada, y para Juan, en cambio, fue una grandísima cortesía y fidelidad total. En otra ocasión, cuando era general, queriendo to– marse un poco de descanso, fue al convento de Ferrara, 54 Quizás a Salimbene le importa más fijar la figura del hermano Juan de Parma, como el anti-Elías, a saber el ministro general humilde, amable, sin preferencias, que gusta de la com– pañía de los hermanos más simples, que no quiere distinciones, singularidades. He aquí el motivo de los dos episodios referidos en el trozo que sigue. El último rasgo será el compartir total– mente la vida de los demás hermanos. 212

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