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mático y maestro de lógica, y en la Orden fue un gran teólogo y disquisidor. Leyó las Sentencias en París, fue lector durante muchos años en los conventos de Bolonia y Nápoles. Cuando pasaba por Roma, los hermanos lo instaban a predicar, aun en la presencia de los cardenales, que lo apreciaban como un gran filósofo. Era un espejo y un ejemplo para todos, porque su vida era toda honestidad, santidad y pureza de costumbres. Querido por Dios y los hombres. También sabía música y cantaba muy bien. Velocísimo y muy claro al escribir. Cuando dictaba, sus cartas eran de un estilo elegante y lleno de sen– tencias. Fue el primer general que se dedicó a visitar las provincias ... (pp. 433-434) s 3 , 42. Por eso, Vattazio, emperador de los Griegos, habiendo oído la fama de santidad del hermano Juan de Parma, pidió al papa Inocencio IV que le enviara al hermano Juan, ministro general, porque esperaba que por su intermedio se podría llevar a los griegos a la uni– dad con Roma. Cuando lo conoció, Vattazio lo quiso tan– to, que quería darle una infinidad de dones. Pero el her- 53 Recuerda el encargo dado al hermano Buenaventura de leer las Sentencias en París, la defensa de los Mendicantes que sostuvo personalmente ante toda la Universidad (pp. 345-436); que era joaquinita (p. 439), y amigo de Rugo de Digne (p. 334); que era afable con los hermanos (pp. 430-431). De muchas otras virtudes y bondades habla un poco en toda la Crónica, ya que Salimbene era gran amigo suyo. Pero tal vez el signo más evi– dente de la estima de que el hermano Juan gozaba en toda la Orden y en la Iglesia, es la solicitud hecha por el emperador Vattazio. 211

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