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saber cuántos dominaban en Occidente; y al saber que eran dos, a saber el Papa y el emperador, y todos reci– bían el poder de estos dos, quiso conocer quién era el más grande. Respondió que era el Papa, y entonces le presentó las cartas del Papa. Luego que las hubo hecho leer, dijo que le daría cartas de respuesta para el Papa. El mismo hermano Juan escribió un voluminoso libro sobre los Tártaros y sobre las maravillas del mun– do, que él mismo había visto, y lo hacía leer. Muchas veces lo vi y escuché todas las veces que lo apremiaban a contar la historia de los Tártaros; y cuando los lec– tores no comprendían, él explicaba y se explayaba sobre cada cosa (p. 298) 52 • 41. Hermano Juan de Parma Era de estatura mediana, más bien bajo, bello y bien formado en todos sus miembros, sano y resistente a las fatigas, tanto de viajes como del estudio. Tenía un rostro de ángel, siempre gracioso y alegre. Era genero– so, cortés, caritativo, humilde, apacible, benigno y pa– ciente. Hombre de gran devoción y oración, clemente y compasivo. Celebraba cada día con tal devoción que los asistentes se sentían llenos de gracia. Predicaba con tal fervor al clero y a los hermanos que arrancaba lágri– mas a los oyentes, como yo lo he visto muchas veces. Elocuentísimo, no se trababa nunca. Estaba dotado de óptima ciencia, porque ya antes había sido buen gra- 52 Aquí refiere la carta del primer emperador Gengis Khan, del segundo emperador, Okhoday Khan y del tercero, Kuiuk Khan (pp. 298-299). Continúa después recordando el encuentro con el papa Inocencia IV, que lo retuvo consigo, lo creó arzobispo de Antibari y lo envió como legado ante el Rey de Francia; y narra la acogida que le reservaron obispos y abades (pp. 302-306). 210

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