BCCCAP00000000000000000000748

39. Junto a Inocencio IV moribundo El hermano Juan de Parma, ministro general, en– vió junto a él a Hugo Capoldo de Piacenza, que era mé– dico y lector de teología en la Orden y vivía con el so– brino del Papa, el señor Ottobono, que después fue el papa Adriano V, para que suplicara al Papa por amor de Dlos y del bienaventurado Francisco y también por el honor y bien suyo y la salvación de todo el pueblo cristiano, que destruyera aquellas cartas. Pero no lo es– cuchó, porque Dios lo quería dejar perecer, como lo hi– zo. E Inocencio IV se agravó a tal punto, que no sabía decir otra cosa que aquel versículo del Salmo: El ímpetu de tu mano me acaba. Escarmientas al hombre cast:l.– gancfo su culpa (Sal 38,11-12). Y esta última cláusula siguió repitiéndola hasta que murió; y quedó sobre la p:1ja, desnudo y abandonado de todos, corrio es costmn– hre de los Pontífices romanos cuando llegan al último día. Pero estaban allí dos hermanos alemanes, que dije– ron al Papa: "En verdad estábamos aquí en esta tierra hace unos cuantos meses para poder hablar contigo de nuestras cosas, pero tus porteros siempre nos habían im– pedido entrar para que pudiéramos verte. Ahora ya no se preocupan más de cuidarte porque no tienen nada que esperar. Sin embargo, nosotros lavaremos tu cuer– po, ya que, como dice el Eclesiástico en el capítulo 7: Ni siquiera a los muertos les 1·ehúses tu gracia (Si 7,33). Pocos días después fue nombrado papa Alejandro IV, que había sido cardenal protector, gobernador y co– rrector de los hermanos menores; y pronto destruyó aquellas cartas (pp. 608-609) so. so Cfr. Eccleston, col. XV, aquí n. 121. 208

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz