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cabalgando y permaneciendo con él, junto con algunos hermanos de su grupo, con el hábito de la Orden. Cosa que redundaba en escándalo para el Papa, la Iglesia y la Orden, sobre todo porque el emperador en aquellos días ya estaba excomulgado y estaba asediando las ciuda– des de Faenza y Ravena; y este miserable estaba siem– pre en medio del ejército y apoyaba con su favor y sus consejos al emperador. Dio ocasión de escándalo hasta a los incultos y a los demás seglares; y en efecto, la plebe, los jóvenes y las jóvenes, cuando encontraban a los hermanos menores por el camino de Toscana, -co– mo lo escuché un centenar de veces-, les cantaban así: Hor atorno fratt'Helya, Ke pres'ha la mala via. Los buenos hermanos estaban llenos de mortal tris– teza y de ira cuando oían tales cosas. Parecía, en ver– dad, que se hubiera realizado aquel dicho del Señor: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la. sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada po:r los hombres (Mt 5,12). Reaccionando contra esta provocación, el papa Gre– gario lanzó la excomunión contra Elías (pp. 234-235). La undécima culpa fue que llegó a ser acusado de cultivar la alquimia ... (p. 235). La duodécima culpa fue que, una vez destituido y mientras vagabundeaba con el Emperador, se acercó un día a un convento de hermanos menores y, reuniéndo– los en Capítulo, comenzó a querer demostrar su inocen– cia y la injusticia de cuántos lo habían destituido ... Pero alguien le respondió con mucha firmeza. . . Enton– ces el hermano Elías le preguntó: "¿ Quién te recibió en 199

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