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25. Los hermanos laicos Si un hermano laico veía a algún joven que habla– ba latín, se lo reprochaba, y después decía hablando con– sigo mismo: "¡Ay de mí!, ¿quieres abandonar la santa simpli.cidad por tu sabiduría de la sagrada Escritura?" Yo respondía, por otra parte, de esta manera: "La san– ta rusticidad sólo se ayuda a sí misma, ¡y cuanto edi– fica la Iglesia de Cristo por su vida, tanto la daña si no sabe resistirse a quienes la destruyen!" En verdad, ¡un asno querría que todas las cosas que ve fueran asnos! ... En aquel tiempo los laicos tenían la precedencia sobre los sacerdotes y en algunos eremitorios, donde to– dos eran laicos, excepto un sacerdote o un estudiante, querían que el sacerdote tuviera su turno en la cocina. Sucedió asimismo que el turno del sacerdote coincidiera con un dfa domingo; él, entrando en la cocina, cerró la puerta cuidadosamente y comenzó a cocer las legum– bres del modo que sabía hacerlo. Pero llegaron seglares franceses y pedían i11sistentemente la Misa, y no había quien la celebrara. Fueron entonces los hermanos a toda prisa a golpear a la puerta de la cocina, insistiendo a fin de que el sacerdote fuera a celebrar. Pero él respondió: "¡Vayan ustedes y canten Misa, porque yo hago la coci– na, que ustedes no quieren ·hacer!". Y de esta manera fueron cubiertos de vergüenza, reconociendo su mise– ria. . . Así, justamente, con el correr del tiempo, fueron .reducidos a bien poca valía, habiéndose casi prohibido aceptarlos, por razón de que no habían sabido compren– der el honor que se les había tributado, y porque la Or– den de los hermanos menores no tiene necesidad de tan grande cantidad de hermanos laicos ... En realidad, siempre maquinaban insidias en contra nuestra (cléri– gos). Recuerdo. que en el convento de Pisa querían pre- 198

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