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go íntimo, y a mí y a los demás jóvenes nos narraba las muchas y grandes obras de Francisco; y tantas cosas buenas escuché y aprendí de él2 2 (pp. 53-54) . . . .El año 1231, el día 14 de junio, viernes, el beatí– simo padre hermano Antonio, oriundo de España, murió y pasó felizmente a las moradas celestiales. Acaeció en la ciudad de Padua, en donde, por su intermedio, el Al– tísimo había ensalzado su nombre, en una celda del con– vento de los hermanos. Este era de la Orden de los her– manos menores y compañero de san Francisco. Escri– biré sobre él más larga y completamente si me quedare espacio de vida 23 (p. 97) ... Ha dicho bien el hermano Gil, perusino (llamado así no porque fuera de Perusa, sino porque allí vivió largo tiempo y murió: hombre de grandes éxtasis y verdaderamente santo, cuarto herma– no de la Orden, contando también al bienaventurado Francisco). Decía: "Magna gratia est non habere gra– tiam": es una gracia grande del cielo no poseer gracia alguna; y tenía la intención de referirse no a las gracias infusas, sino a las adquiridas, porque a causa de ellas no pocos llevaban mala vida (p. 266). Dios no manifestó ningún milagro a la muerte del hermano Nicolás, de Montefeltro, porque éste se lo ha- 22 Vuelve con agrado sobre estos recuerdos -quizás en un momento de nostalgia- pero siempre sumariamente: "La Orden tenía 31 años de vida cuando yo entré, y ví al primer hermano que siguió a Francisco y a los demás de los primeros compañe– ros" (p. 147). Pero no va más allá de una anotación pasajera la crónica de su propia vida. ¡Y cuán diferente es la vida francis– cana en el momento en que escribe! 2 3 No volverá a hablar de él en la Crónica, donde sólo re– fiere una breve noticia sobre la traslación del cuerpo de san Antonio a la nueva basílica erigida en su honor, estando pre– sente el ministro general hermano Buenaventura (p. 649). 182

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