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concedido una vez por aquel que tenía el poder" (pp. 432-433) . . . .Entonces mi compañero, el hermano Giovannino de Ollis, me respondió: "Preferiría tenerlo del ministro general antes de que cualquier Papa; y si es necesario que pasemos a través de la espada del examen, que nos examine el hermano Hugo". Hablaba de aquel gran her– mano Hugo, provincial 8 , que se encontraba entonces en Arles con motivo de la llegada del ministro general, del que era grandísimo amigo. Respondió el hermano Juan: "No quiero que los examine el hermano Hugo, porque es amigo de ustedes y los trataría con misericordia. Llamen al lector y al repetidor de este convento". Los llamaron y vinieron; y el ministro general dijo: "Lleven por separado a estos dos hermanos y examínenlos sobre lo concerniente al oficio de la predicación solamente, y si fueren dignos de obtener el oficio de la predicación, cuéntenmelo". Y así se hizo. Y a mí me lo confirió, pero a mi compañero no, porque fue encontrado insuficiente. Entonces el ge– neral le dijo: "Lo que es reprobado, no es aceptado. De– dícate al estudio de la sabiduría, hijo mío, y alegra mi corazón, pata que puedas responder a quien te ponga a prueba" (Pr 27,11). En efecto, dice el Eclesiástico, 18: "Antes de hablar, infórmate" (Si 18,19) (pp. 452-453). s En cuanto a la figura de Hugo de Digne, ver más ade– lante entre los personajes (nn. 45-47). 173

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