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tarde, cuando me encontré con él para residir en el con– vento de Siena. El hermano Iluminado llegó a ser des– pués ministro de la provincia de San Francisco, y poste– riormente obispo de Asís, y allí terminó sus días (p. 54). 4. El oficio de la predicación 7 Un día, mientras el ministro general, hermano Juan de Parma, estaba completamente solo, me acerqué a él. Pero llegó improvisamente mi compañero, que era de Parma y se llamaba hermano Giovannino de Ollis, y dijo al ministro: "Padre, haz de modo que yo y el hermano Salimbene tengamos la aureola". El hermano Juan de Parnia, con rostro alegre, preguntó a mi compañero: "¿Y cómo puedo hacer que tengan la aureola?". El her.:. mano Giovannino respondió: "Dándonos el oficio de la predicación". Entonces dijo el hermano Juan, ministro general: "En verdad, aunque ambos fuesen mis herma– nos carnales, no la obtendrían de otro modo que some– tiéndose a examen". Pero yo repliqué a mi compañero: "¡Vé, vé por tu aureola! Yo ya tuve el año pasado el ofh cio de la predicación del papa Inocencia IV en Lyon, ¿y ahora debería recibirlo de nuevo del hermano Gio., vannino de san Lázaro? Me basta con que me haya sido 7 Son dos páginas sabrosas, pero sobre todo muy i~portan– tes para la historia de la predicación y de los estudios en la Orden. Aparece allí una Orden en movimiento, muy empeñada en la actividad apostólica, tanto entre los cristianos como entre ios infieles, y en la adquisición de aquella ciencia sagrada, con– siderada ya como indispensable para explicar la misión de la salvación de las almas. Para comprender la aguda respuesta de Salimbene, se debe tener en cuenta lo que dice poco después: el hermano Juan de Parma, cuando era todavía seglar y maestro de lógica, se llama– ba maestro Giovannino de San Lázaro, porque de niño había si– do criado en la casa de san Lázaro de Parma, por cuenta de un tío (p. 433). 172

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