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muchas cosas buenas" (Crónica, 16). Sin embargo, se re– fiere a estos hermanos y al mismo Francisco de una ma– nera demasiado oficiosa y fría, como si se tratara de algo que no le interesa o no le afecta demasiado. Si en Jordán de Giano y Eccleston la personalidad de san Francisco y la experiencia de los orígenes están presen– tes más como un inconsciente colectivo que como una motivación explícita, en Salimbene se trCLta de una. re– ferencia histórica sin ningún contenido-motwqsJ-,or. Al parecer, Salimbene fue más entusiasta de la Or– den Franciscana que de su fundador. Lo cual no es de extraiiar, puesto que por el tiempo en que Salimbene es– cribe su Crónica, la fraternidad franciscana se había con– vertido en una institución poderosa, sólidamente estruc– turada. Y Salimbene se sentía demasiado cómodo den– tro de esa institución como para plantearse molestos cuestionamientos desde un espíritu, el de los orígenes, que no sentía~ y al que se refiere como a los "humildes comienzos", los cimientos que deben permanecer ocultos, y sobre los que hay que colocar luego "piedras hermosas y bien labradas, para dar esplendor al edificio" ( Crónica, 23). Dentro de esta óptica no es de extrañar que consi– dere a los hermanos no clérigos, muy numerosos cuando Salimbene ingresó en la Orden, como inútiles y dañosos para la Orden, y que se ensaiie con ellos inmisericorde– mente. Lo que Salimbene no le perdona sobre todo al her– mano Elías -y no le perdona casi nada, porque acumu– la cargos contra él arguyendo con la frialdad de un fis– cal, y matizando sus alegatos con sabrosas anécdotas-, es que hubiera admitido a la Orden a tantos hermanos laicos, con la intención de servirse de ellos para domi– narla mejor, según dice (Crónica, 23). 14
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