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había relatado cómo había sucedido la conversión de dos herejes en Venecia, enviados a él con cartas de los cardenales que estaban allá como legados. En estas car– tas se decía que ambos herejes habían visto una noche, a la misma hora, a nuestro Señor Jesucristo en actitud de juez, sentado con sus ap5stoles y los representantes de todas las Ordenes del mundo, pero no habían visto a ningún hermano menor, ni tampoco a san Francisco, que uno de los Legados había proclamado en una pré– dica más grande que san Juan Evangelista a causa de las llagas. Habían visto en seguida al Señor inclinarse sobre el pecho de Juan y éste, a su vez, sobre el de Jesús. Pero mientras ellos se reafirmaban en su opinión, -que el legado había blasfemado, y por este motivo estaban gravemente escandalizados y habían criticado su ser~ món-, he aquí que el dulce Jesús abrió con sus mismas manos la herida del costado, y allí apareció perfectamen– te visible san Francisco, dentro del pecho de nuestro Señor; después el dulce Jesús cerró su herida y encerró allí a san Francisco. Tan luego como los herejes se des– pertaron, encontrándose al día siguiente, se contaron mutuamente la visión, después se confesaron pública– mente delante de los cardenales y, como se ha dicho, fueron enviados al Papa y reconciliados plenamente por él. · 116. ¡Oh!, cuán profundamente obligados, cuán dul– cemente abrumados de dones divinos, cuán in– mensamente honrados fueron aquellos que pu– dieron encontrar consejo en sus dudas, consue– lo en sus tribulaciones, ejemplo y estímulo en las cosas más graves de tales personas, que te– nían las primicias del Espíritu Santo. (Rm 8,23). ¡Oh gracia inefable! ¡Oh privilegio incompara– ble! ¡Oh amor suavísimo de una dulzura ina- 153

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