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Un día en el que todos los hermanos del convento se habían sometido a una sangría 63 , el hermano Alberto propuso a sus compañeros la siguiente parábola, prin– cipalmente para utilidad de un novicio que estaba pre– sente y que se tenía por muy sabio y se atrevía a entro– meterse en las cosas que no le concernían. "Un aldeano, dijo, al oír que en el Paraíso hay una grandísima quie– tud y tantas delicias, partió en su búsqueda para ver si, por ventura, lograba entrar. Cuando finalmente llegó a la puerta, encontró a san Pedro y le pidió entrar. San Pedro le preguntó si podía observar las leyes que regían en el Paraíso, y él le respondió que sí, a condición de que le dijese cuáles eran. El Santo respondió que había una sola, y era observar el silencio. La aceptó, prometió observarlo con mucho gusto, y fue introducido. Pasean– do por el Paraíso, vio a uno que araba con dos bueyes, uno flaco y otro gordo y a éste le permitía avanzar a su gusto, mientras que aguijoneaba continuamente al pri– mero. El aldeano intervino y comenzó a reconvenirlo. De inmediato intervino san Pedro y lo quería echar fue– ra, pero lo perdonó por esa vez, advirtiéndole que estu– viera más atento. Andando un poco más adelante, vio a otro hombre que llevaba un largo madero y que que– ría entrar en una casa teniendo el leño transversalmen– te a la puerta; corriendo, le enseñó a girar una de las extremidades del madero hacia la entrada. De inmedia– to intervino san Pedro y quería expulsarlo por las más santas razones del mundo; con todo, le perdonó tam– bién esa vez. Continuando el camino por tercera vez, observó a un guardabosques que estaba derribando ár– boles, y dejaba los más viejos y torcidos y talaba los que estaban derechos, verdes y más hermosos. Acercándose, 63 En aquel tiempo se usaba someterse comunitariamente a esta operación en determinados períodos del año. 146
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