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singularmente a cada uno de los hermanos sus oracio– nes y de haber encomendado su alma a Dios junto a toda la comunidad, expiró santamente. A su compañe– ro, el hermano Walter de Maddeley, le pareció ver un cuerpo tendido dentro del coro, y este cuerpo parecía ser de alguien recién descendido de la cruz, con las cinco heridas sangrantes a la manera de Jesucristo; se acercó más creyendo que era el mismo Jesucristo, y vio que era el hermano Agnelo. Después de mucho8 años, cuando los hermanos ne– cesitaron remover su cuerpo, a saber cuando destruye– ron la capilla donde estaba sepultado en el coro, cerca del altar, encontraron tanto la caja de plomo en la que yacía, como la fosa misma llena de un aceite purísimo, y su cuerpo incorrupto y todavía vestido con sus ropas; y exhalaba un olor suavísimo. 140 94. Adición. Es digno de mención el hecho de que el venerable hombre, el maestro Serlo, decano de Exeter, reprendió al hermano Agnelo por– que comía raramente fuera del convento. Su– cedió una vez que un guardián, en el mismo día en que había predicado al pueblo, se detu– vo a charlar después de la comida con un mon– je delante de un seglar; habían comido aquel día con los hermanos; y aquel seglar dijo en voz baja a un hermano, que era su secretario, que ese modo de hablar no era digno de un pre– lado y de un predicador. Ese mismo guardián me dijo que habría preferido ser traspasado en– tre las costillas por una lanza, antes que ha– ber dado semejante ejemplo. Los hermanos se preocupaban por el buen nombre de la Orden y el hermano Agnelo más que todos, hasta el

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