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brado todas las fuerzas, por el miedo de no poder hacer más uso del período de convalescencia, que se parecían a un niño al que se debía ense– ñar las letras contra su voluntad. Cuando el niño hubo dicho A, aunque supiera pronunciar B tan bien como A, no quiere proseguir de nin– guna manera porque si hubiera dicho B, el maestro le habría mandado decir C, y así suce– sivamente. El hermano Haymón dijo también que cuando era seglar, era tan deli.cado que no podía vivir si.n numerosos trajes y zapatos, pe– ro que después llegó a ser más fuerte sin tales indumentarias. Cuando el hermano Haymón volvió del Capítulo general en el que había sido elegido ministro provincial, temiendo por su débil constitución, pensó que si hubiera ido al otro lado de los Alpes no habría tenido nada que temer; pero sucedió que precisamente allí donde más se preocupaba por su salud era más resistente, en cambio en Francia se sentía más débil. 88. Le sucedió el hermano Crescenci.o, otrora mé– dico famoso y ministro provincial de Verana. Su celo es– taba inflamado por la caridad, modelado por la ciencia y fort.Ificado por la firmeza. Pero los hermanos de su provincia le eran tan adversos que en la misma noche del Capítulo en que fue elegido, luego de una denuncia que había hecho a los celantes de la Orden con respecto a una rebelión de sus hermanos, un hermano tuvo una vi– sión: vio al hermano Crescencio con la cabeza rapada, la barba blanca y larga hasta la cuerda, y sintió una voz proveniente del cielo que decía: "He aquí a Mardo– queo". Cuando el hermano Rodolfo de Reims supo de esta visión, dijo al instante: "Ciertamente éste será ele- 135
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