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El hermano Haymón dijo brevemente que apreciaba las palabras del hermano Elías como las de un padre vene– rado; pero le hacía notar que si los hermanos habían dicho que querían que comiera oro, no habían dicho que aprobaban que tuviera un tesoro. Además, si habían di– cho que querían que tuviera un caballo, no habían di– cho que aprobaban que tuviera un palafrén o un corcel. De pronto, el hermano Elías, perdiendo la paciencia, de– claró en alta voz que el hermano Haymón mentía. Sus partidarios se pusieron a proferir injurias y a vociferar, y los de la parte opuesta se comportaron de la misma manera. Turbado, el Papa les ordenó callarse y dijo: "Esto no es un comportamiento digno de religiosos". Luego, permaneciendo sentado por largo tiempo, en si– lencio y en meditación, produjo en todos un profundo estupor. Durante ese tiempo, el cardenal Reinaldo, pro– tector de la Orden, sugirió abiertamente al hermano Elías que entregara su dimisión en manos del Papa. Pe– ro éste respondió públicamente que rechazaba la pro– posición. Entonces el Papa, apelando antes a la calidad personal del hermano y recalcando la amistad que ha– bía habido entre él y san Francisco, concluyó que había creído que los hermanos estaban contentos de tenerlo como ministro general; pero puesto que ya no lo esta– ban, como lo evidenciaba este Capítulo, decretaba que debía ser destituido de sus funciones. Y de inmediato lo removió del cargo de ministro general. Hubo de pronto una explosión de alegría, tan grande e indescriptible que los que habían merecido estar presentes declararon que nunca habían experimentado nada parecido. 81. Entonces el Papa se retiró solo a una de las celdas y llamó a los ministros y custodios para la elec~ ción, y antes de que votasen escuchó el parecer de cada uno. Luego que fue nombrado canónicamente Alberto 131
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