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lamente los hermanos lectores de la Orden. Pe– ro san Francisco, entrando, al comienzo estuvo en silencio, y después exclamó: "Qué vergüen– za para ustedes que un hermano sin cultura les supere en sus méritos delante de Dios". Des– pués continuó: "Y puesto que la ciencia hin– cha, mas la caridad edifica, muchos hermanos doctos que son muy respetados. . . serán nada en el reino eterno de Dios"] 38 • 70. Un eminente lector, que estudió conmigo en Oxford, había tenido siempre la costumbre, mientras el maestro enseñaba y disputaba, de no escucharlo y ocuparse de otras cosas, como transcribir códices. Y he aquí que, cuando a su vez llegó a ser lector, sus alumnos estaban tan distraídos que afirmaba ser tentado cada día de cerrar el libro e irse. Arrepentido, decla– ró: "Por justo castigo divino nadie quiere pres– tarme atención, porque yo tampoco presté atención a ningún maestro". Además, como te– nía muy frecuentes relaciones con sus amigos seglares, y como a causa de esta familiaridad atendía a los hermanos menos de lo que hu– biera debido, con su conducta demostró a los demás que sólo en el silencio y la paz se pue– den aprender las palabras de la sabiduría y 38 El episodio da testimonio de la estima y veneración que se tenía en toda la Orden al hermano Gil de Asís, compañero de la primera hora, que vivió hasta 1262. Además de las notas características de simplicidad, contemplación, laboriosidad, al que agregamos de buena gana el sabroso humorismo, subyacen– te en todas las fuentes franciscanas, tenemos constancia de la sabiduría humana y divina del hermano Gil a través de sus "Di– chos". Esta adición no aparece en Ia edición de Quaracchi. 122
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