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hermano Guillermo de Abington que, antes de comenzar la construcción del convento de Gloucester, tenía el ines– timable don de la predicación, y que nunca un orador semejante y tan persuasivo debió ocuparse de construc– ciones, porque, continuó el hermano Juan, debido a las preocupaciones tenidas para procurar las limosnas, se envileció de tal manera, que el Rey de Inglaterra le dijo: "Hermano Guillermo, tú sabías hablar tan espiritual– mente y ahora todo lo único que sabes decir es: 'Dame, dame, dame' ". Y en otra ocasión, como insistiera el her– mano Guillermo con lisonjas para sonsacarle algo al Rey, éste lo llamó serpiente. 63. El señor abad de Chertsey me contaba que cuando un hermano dominico, muy amigo suyo, le pidió leña, le dio un solo trozo; y como aquel hermano le dijo que le disgustaba haberse molestado para ir hasta allí por un solo trozo de leña, el abad le dio otro; y como él insistía diciendo que Dios era trino y que, por lo tanto, debía darle tres trozos, el abad respondió: "En nombre de Dios, que es uno solo, tendrá un solo trozo". 64. Cuando el hermano Enrique de Burford tomó el hábito en París, la comunidad la componían solamente treinta hermanos. En aquel tiempo, éstos estaban cons– truyendo el convento de Valvert, una construcción muy holgada en longitud y altura, de suerte que a muchos hermanos parecía contraria al estado de pobreza de la Orden. Por este motivo, algunos, y especialmente el her– mano Agnelo, suplicaban a san Francisco que la derrum– bara. Y he aquí que cuando los hermanos se aprontaban a entrar en el convento, por divina inspiración ninguno entró allí, y en ese mismo momento el techo y las mu– rallas se derrumbaron hasta los cimientos. Sobre el lu– gar se encontraron escritos estos dos versos: "La gracia 118

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